¿Pandemia alimentaria mundial? / Kléver Silva Zaldumbide
MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL
Mientras impotentes presenciamos a los pícaros bribones haciendo su sainete de supuestas guerras politiqueras en redes sociales, aprovechándose de las peores crisis para desfalcar la escuálida y raquítica arca fiscal en esa cadena sin fin de atracos de anteriores purrias desviando nuestra atención con sus ineptitudes, existe otra cara que, precipitada y catastróficamente, se está avizorando.
Entretenidos con nuestros “challengers”, memes, vemos la audacia y sinvergüencería con que van enriqueciéndose los corruptos politiqueros, observamos las “atrofias” de los futbolistas, de gente de farándula; dedicándonos a la cocina, no perdemos de vista videos de la violencia contra nuestros uniformados gracias a nuestra desobediencia e indisciplina y, compartiendo ilusamente “fake news” que inducen al miedo, al dolor y a la indignación, no nos enteramos de la última estimación del “Informe mundial sobre crisis alimentarias”, elaborado por el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas del pasado 21 de abril que nos revela que, como resultado del impacto económico de la pandemia de Covid-19, podría casi duplicarse el número de personas que padecerán hambre en el mundo, alcanzando los más de 265 millones de afectados a finales de 2020, es decir 130 millones más de los 135 millones que ya estaban en esa situación en el 2019, a menos que se tomen rápidas medidas. Estamos hablando de la incapacidad de una persona para consumir alimentos adecuados poniendo sus vidas o sus medios de vida en riesgo vital. Debemos actuar colectivamente ahora para mitigar el impacto de esta catástrofe mundial. Los 73 millones de los 135 millones de personas viven en África; 43 millones en el Medio Oriente y Asia; sólo un país de Europa se reporta con 0,5 millones. América Latina y el Caribe son 18,5 millones, de ellos, el 14% están en extrema y alarmante inseguridad alimentaria, excepto Venezuela dónde más del 50% o sea 9,3 millones de personas, están en esas espantosas condiciones.
Quizás para los amos del planeta, de los 7.700 millones de mortales que somos, que padezcan o hasta mueran 265 millones en esta hambruna que se viene, o sea el 3,5 %, posiblemente no les represente nada, tampoco los miles de millones que sufrirán pobreza.
No faltan los villanos invisibles creando un maremágnum de teorías conspirativas y de desinformación erosionando la confianza pública y socavando la labor de médicos y científicos. Desocupados que, con sus innumerables profecías, argumentos apocalípticos, potencializan y multiplican el miedo, la culpa, el remordimiento y la incertidumbre, al punto que logran desbordar ansiedad y depresión en mucha gente que por muchos factores ya sean genéticos y/o ambientales son propensos y/o son vulnerables y/o intolerantes emocionales. Como Dios nos ha mostrado al desnudo el egoísmo, la avaricia, nuestra frágil vida con un virus rondándonos, como que la muerte haya salido a recordarnos que todos tenemos una cita con ella tarde o temprano; y entonces, algunos “predicadores”, a la religión la convierten en el peor enemigo de Dios. La transforman en una institución que niega cualquier tipo de reflexión, son verdaderas corporaciones, negocios convertidos en dogmas y no hay nada más contrario a lo que entendemos que debe ser un espíritu religioso que el dogma. Ya es suficiente con la pandemia como fuente de estrés postraumático, no alimentemos la imaginación y la suposición destructiva con un futuro postpandemia que todavía es incierto. (O)