Paraíso fascinante
En los viejos y nuevos días del pasado, cuando un adolescente con ambiciones bajaba a las grandes ciudades en busca de fama y fortuna, solía decirse: uno puede arrancar al muchacho fuera del campo, pero no puede arrancar el campo fuera del muchacho. Esa máxima pronto adquirió la estatura de verdad universal.
Pero los tiempos cambian, y la humanidad crece y crece y se torna más común, y las máximas se alteran con el objeto de acomodarlas a las realidades, también alteradas. Hoy, como que se propone una nueva certeza: puedes arrancar al muchacho fuera de la ciudad, pero no puedes arrancar la ciudad fuera del muchacho.
Estas profundidades están inspiradas por hombres y mujeres de ciudades que sueñan con hacerse de un cantero de tierra en el campo, convertirlo en huerta; y levantar una «media agua» como segunda morada, se han tornado en obsesión valiosa. Persiguen a la felicidad invirtiendo en el sector rural para pasar el fin de semana y otras vacaciones.
Pero una vez que tú llegas al campo, de acuerdo con la objetividad prevaleciente, estás en el cielo. Te sacudes de tus preocupaciones mientras deambulas por la campiña, arrancando y saboreando villas silvestres. Tarareando suavemente las glorias de la Madre Naturaleza.
Se podría decir que uno camina siguiendo las huellas de Henry David Thoreau, el escritor que erró por los bosques junto a su hija, mientras le predicaba las bellezas de la naturaleza en lenguaje que podría dejar sin habla a los marchantes comunes, inclusive con envidia a los marchan tes comunes carentes de campiñas propias. Los citadinos comprenden el campo aproximadamente tanto como el campo comprende a la ciudad; afirmación un tanto exagerada porque es algo como decir «no del todo.»
La diferencia está en que las grandes ciudades convencidas no meramente de su comprensión del campo, saben algo más del terruño de lo que el campo mismo alguna vez sabrá.
El agrupamiento maravilloso de la naturaleza, del campo, a la par con el corazón compacto de su territorio, de la ponderación citadina de nuestra provincia de Tungurahua no tienen parangón. Todos los miembros de la familia podemos ubicarnos en sus extremos geográficos, de cielo, de vegetación, de clima, barro, arena y agua, en menos de lo que canta un gallo… nuestro terruño es un paraíso fascinante. (O)