Pedro Reino Garcés
Hay papeles y más papeles con los que me encuentro en los polvorientos archivos salvados milagrosamente de las purgas y limpiezas que se hacen en las instituciones. Por ahí asoma sin firma un estupendo “oficio”, en algún legajo de comunicaciones intercalado entre revistas y documentos, como en el presente caso, éste ligado con la Casa de Montalvo. Aquí encuentro este calificativo de “musulmanes” que se les da a los ambateños por parte de ese anónimo que ha ido a dejar el comunicado al municipio, enojado con la prensa, pero sin firma.
Extracto de un informe remitido al Presidente del I. Concejo Municipal del 20 de diciembre de 1930 y al Comité “Montalvo”:
“Señor: Al iniciar sus labores el nuevo Concejo, creo de mi deber someter a su ilustrada consideración el presente informe acerca de la marcha de la BIBLIOTECA DE AUTORES NACIONALES durante el año que toca a su Término.
… V.- El mayor aporte, pues, nos viene de afuera, incluso de nuestros compatriotas, entre los cuales debemos recomendar a escritores que, como Víctor Manuel Rendón y sobre todo César E Arroyo, tan patriotas y tan gentiles, nos han dado muestras prácticas de su vivo anhelo de progreso de esta Casa, nos remiten cumplidamente sus propias obras, y obras ajenas, o ejemplares multiplicados de aquellas, siempre en número apreciable, para nuestro servicio de intercambio. El mayor aporte digo, y lo que nos hace falta decirlo, la aprobación y el estímulo.
Qué contraste con la cicatería o el indiferentismo musulmán de nuestra tierra, aunque no ciertamente con lo que, aún en ella misma, ofrecería el más despampanante contraste, si en realidad valiese o significase algo y mereciese tomarse siquiera seriamente en cuenta: la imbecilidad, la bellaquería, la necia y ridícula presunción, o lo que todavía se pretende hacer pasar por valentía de aquellos desalumbrados que toman la prensa como por asalto, pero ¡qué prensa! La descalificada, la sin fiscalización ni control, y desde sus bajos fondos, muy pagados de sí mismos, sin hacer la menor cuenta del voto de las personas que de veras saben, y valen más que ellos, magüer callen por la misma posesión ya y desinteresada del arte, quieren dárselas de escribidores y con la fatuidad y el envanecimiento más grandes, que medran a la sombra misericordiosa del silencio o el desprecio de los escogidos, cuando no del triste aplauso de los mentecatos, se atreven a todo y contra todos.
Pues qué, ¿no fue de esa traílla innominada, y, al diablo si podríamos identificarlo entre la canalla, quien se atrevió a querer envolvernos en su cieno, reprochándonos hasta la consagración y el entusiasmo que pusimos a prueba para la organización de esta Biblioteca, y el que no la hubiésemos postergado todavía para las calendas griegas? – Y eso, aunque fuese para pretender poco después entrar como quien dice, a manos lavadas y sentar plaza de dirigente, según nos lo ha evidenciado el furioso palanqueo de los del enjuague.
Miserias y majaderías que no han podido entrar, por la más mínima parte, en los obstáculos y dificultades que nos embarazarán el paso. Pese a estos, creemos ingenuamente haber cumplido con nuestro deber, aunque no como nosotros mismos lo habríamos deseado a no tropezar con esas limitaciones y esa deficiencia de medios y elementos que ya me he permitido insinuaros.” (O)