Perseguir a un muerto. 2023

Columnistas, Opinión

¿Qué es lo que hace un biógrafo sino perseguir a un muerto? ¿Para qué? Pues  irremediablemente para tener que volver a matarlo a su manera; quiero decir ahogándolo en los sahumerios que le gusta a la gente para que el cadáver sepa a gloria y tenga aureolas, conforme  las que uno cree con que se sale purificado desde las iglesias rumbo a la desmemoria de los cementerios, alivianado del peso de sus huesos que soportan y se  resisten a las culpas de la vida.

Un buen biógrafo convierte a su cadáver en una hermosa marioneta que baila bajo los hilos de su imaginación. Hurga en su vida para  meterlo en una historia escrita justamente del lado desvivido, desovillado de su propia existencia: del indefenso biografiado digo, que aspira  a ser recuerdo, memoria de humo metida y sacada de extraños moldes que se esfuman en la pirotecnia de los aspirantes a la posteridad.

¿Cómo biografiar las vidas ajenas, paradójicas, controvertidas sin lastimar la existencia de algún ilustre muerto que tiene gloria y vanidades, virtudes y pecados, rabias y melancolías, ternuras y desafueros? Y a pesar de esto, hay bien pagados biógrafos de perversos. Esto de querer repasar la vida de los muertos para escribir hasta lo que no han pensado,  ni siquiera ha de ser tarea divina porque con el problema de la conciencia y sus justificaciones se enredan las madejas de tantos hilos de las relaciones y las pasiones sociales y humanas, que son las que soporta toda existencia de cualquier mortal.

He concluido las 450 páginas de lectura de un libro sobre la biografía de un poeta que pasó por la vida con tres nombres porque, seguramente nos hace falta un antifaz, o porque estamos en desacuerdo con la identidad genética y la malquerencia familiar. Esta es una enfermedad de artistas y librepensadores; sobre todo de aquellos que no creen ni en sus padres ni en sus patrias, pero que saben que  cuando devenga el caso, las también redenominadas patrias buscan repatriar cenizas porque tienen necesidad de tumbas y epitafios para sus descargos de conciencia.

Dice el biógrafo: “Fue conservador y liberal, zapatista y antizapatista, burgués y comunista, gringo y antigringo, que supo lo huecas y vanas que son las palabras y que cambiantes y necias las verdades humanas, moralista, inmoralista, ortodoxo, heterodoxo, partidario del Espíritu Santo y de Nuestro Señor Satanás, ángel  y demonio…”(p 448). Inventaba revistas y periódicos en sus recorridos por Centroamérica, Perú y México. Si hubiese venido a Ambato, enojado por  incomprendido hubiera ido diciendo que es un mercado con catedral, porque adaptaba sentencias dichas para lugares de donde le expulsaban, como de cierto lugar de México que dijo que era un “garaje con obispo”.

Esta lectura de una biografía escrita casi solo a punto seguido se refiere al prolífico poeta colombiano que le bautizaron como  Miguel Ángel Osorio Benítez, quien quiso ser un tiempo Ricardo Arenales,  y que terminó como Porfirio Barba Jacob, que es como se  lo conoce  en esta memoria de humo (Antioquia 1883 – México 1942). Su biógrafo, es nada menos que el controvertido y agudo Fernando Vallejo. (Ver Barba Jacob el Mensajero, en edición mayo 2023). (O)

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