Política Amorosa / Jaime Guevara Sánchez
Es posible que más de un lector sonría con benévola consideración ante la ingenuidad del título. ¿Amor en política, dices tu? ¿No es ése un mundo de lobos, del que huirán las ovejas para no ser aniquiladas? Se da por supuesto que el éxito y la eficiencia en cualquier ámbito, muy especial en l de la política, depende de los ardides que se empleen, con ausencia de consideraciones morales. Aun para lograr objetivos morales has de prescindir de reparos… morales. Es la constante tentación de justificar los medios con la bondad de los fines.
Pero, en todo caso, ser oveja no es razón para dejarles libre el campo a los lobos, aunque enfrentarse con ellos exija aunar la sencillez y la sagacidad atribuidas, respectivamente, a la paloma y a la serpiente. Quienes consideren fuera de lugar la pretensión de actuar en política con el amor como motor y meta, sin duda tienen un pobre concepto de ese amor, como si se tratara simplemente de un ilusorio voluntarismo buenista, de débil sensiblería de toda virtud, lejos de toda fortaleza psíquica y ética. No, eso no es amor. Hablamos del amor, del que lleva a acometer magnánimamente con prudencia como segura energía, con entrega, como capacidad de aguante, lo que, en cada momento constituye una exigencia del bien común.
Ya Aristóteles hablaba del amor político, la politiké filfa, la amistad cívica, como aglutinante de la unidad de la comunidad política. Pero del amor en política hay que hablar, mas allá, en relación con el fin al que actividad política, por su propia naturaleza, está orientada. Ese fin no es otro que el bien común. Entonces, resulta evidente que la eficacia política ha de medirse por el grado en que se logran los objetivos exigidos por el bien común.
Todo lo cual quiere decir que la acción política será tanto más eficaz, cuanto más clara, pura e intensamente actúe cada político por amor a ese bien común y no, en absoluto, por cualquier otro presunto bien que sea con este inconciliable. Por el contrario, quien en el manejo y gestión de los mismos asuntos públicos no obra por amor al bien común, sino que se desvía del camino y tuerce su actuación hacia su propio interés, resultara políticamente tanto más eficaz cuanto más eficaz le resulte su actividad corruptora.
El amor en política no solo es necesario para ser políticamente eficaz, sino, sencillamente, esencial, porque sin ese amor por el bien común, no hay verdadera política. No hay justicia. Y sin Justicia la actividad política resulta ser, según dura expresión de san Agustín “un gran fraude.” (O)