Ponía inyecciones con martillo / Pedro Reino
Así ha de venir a visitarme. Quería decirle que estos meses me han venido a entrevistar los ‘guambras’ del colegio, pidiéndome que les cuente historias del pueblo, porque dicen que soy uno de los más viejos de por aquí. Claro que tengo apenas 84 años y creen que yo debo saber cómo ha sido la vida del pasado. Yo les he respondido que no me vengan con esas preguntas y que le busquen más bien al Pedro Arturo Reino, que es el que sabe historias más que nosotros, porque a él le gusta escribir cosas que nosotros mismo le hemos contado. Pero los ‘guambras’ porfiados y preocupados por los puntos y las notas que tienen que sacar para pasar de año, no me han dejado en paz.
Claro que Usted tiene mucho que contar – le repliqué. Sabe cosas de la época del tren, de los amores de los maquinistas y brequeros con nuestras muchachas. ¿Por qué no les contó cómo ponía inyecciones con el martillo de clavar el mangle?, porque usted, siendo zapatero, había aprendido a poner inyecciones.
Eso fue por la necesidad de curarme de mis dolencias. Era difícil ir a Ambato a buscar enfermeras. Me indicaron que pusiera el brazo sobre el espaldar de una silleta para que brote el músculo. Así yo mismo me inyectaba en el brazo. También mi enfermero me enseñó a inyectar en la nalga, buscando las partes suaves. En ese tiempo venían las inyecciones con jeringuilla de vidrio y una aguja que de tanto que me puse a usar en el pueblo se iba quedando sin punta. Por eso yo me ingenié en limar con mis herramientas y cuidar la punta de mi agujita. Con la aguja limada yo atendía los que venían a rogarme que les inyectara, debido a la pobreza y por lo difícil que era ir a volver de Ambato solo por hacerse inyectar. Verá que por poner una inyección a don Modesto, en agradecimiento me vino a regalar una colmena de abejas. Pusimos la colmena en el terrenito que tengo aquí en mi casa del pueblo, en la parte de atrás. Pero las abejas al otro día me pegaron una inyectada en minga que casi me matan. Con la cara hecho monstruo tuve que poner la colmena en la calle.
No ve. Ya me ha contado una historia. Y eso que no quiere contarme cómo ponía las inyecciones en el trasero.
Eso le ha contado su primo que murió no hace mucho; y además no le voy a contar porque eso es mi secreto profesional, experto en cueros. A él le he de haber inyectado cuando la aguja ya estaba bronca, y por eso tenía que primero limar la punta de la aguja; y para que no se me vaya a quebrar, tuve primero que abrirle un poquito el cuerito del trasero con una aguja de coser costales, porque como era futbolista tenía músculos fuertes.
Pero él me contaba que le había inyectado con el martillo.
Es que viendo que la punta ya estaba mocha, creo que tuve que mandarle dándole unos golpecitos con el martillito. Eso a usted le parece broma, pero era la realidad de nuestros tiempos, de hace unos 50 años. ¡Cómo voy a contarles estas cosas a los ‘guambras’ que ahora andan con los celulares y no saben ni las tablas y no hay ni como tocarles ni un pelo. Lo que les dije es que nosotros aprendimos la escuela a punte garrotazo de los profesores. Teníamos ‘maistros’ que hasta enseñaban a hablar a los ‘tartosos’.
A mí me contaron que quedaban así, tartoseando, cuando han mamado hasta los 15 años, y que por eso se iban de grandes a hacerse curar de la lengua con la Peteta que era tartareta… Pero esta es otra historia que queda para otro día. (O)