Propietarios de predios de Ambato con derecho al agua. 1824 / Pedro Reino Garcés
Un expediente del Archivo Nacional – Tungurahua contiene una lista de deudores al indio aguatero, de quien no se pone el nombre. En cambio aparecen 80 registrados (salvando dos ilegibles) que hipotéticamente serían quienes tenían derecho a la acequia porque usaban el agua, según se explica porque regaban “cuadras, huertos y jardines”. Hemos dicho en otros comentarios que las cuadras eran los alfalfares para caballos y animales mayores; que tener huertos era disponer agua para pequeños cultivos; y regar jardines era aquello de vivir en la villa con un sentido estético, cosa que actualmente está extinguida.
Reordeno el registro en criterio de más a menos: quienes debían contribuir con un peso y 4 reales eran los ciudadanos: “Primeramente al Doctor José Baca”, Gaspar Marañón, Apolinario Merino, y “Por la cuadra que tiene el señor Gobernador”? Luego tenía que pagar a un peso María Mora. Seis reales pagó el ciudadano Manuel Montenegro y la ciudadana Dolores Villacrés. Cuatro reales “por la cuadra de San Francisco y la de Santo Domingo”. La ciudadana Juana Báscones 3 reales, igual que Antonia Villacreses, Antonio García, Marcelino Ponce, Juan Sánchez, y la cuadra de la testamentaria del finado Villavicencio. Pagaron dos reales: “La testamentaria del finado ciudadano Juan Manuel Báscones”, Pedro Quirola, José Soto, Ana Constante, Ignacio Martínez, Baltasar Porres, Manuela Cárdenas y “El Llamachaqui”.
Pagaron un real: Josefa Montenegro, Luis Moscoso, Antonio Cisneros, José Sevilla, Ignacio Suárez, Rosalía Villacreses, Manuela Mera, Manuel Echerri, José Mora, Juan Arias de la Bega, Francisca Valdiviezo, Eugenia Corella, San Agustín (convento), Miguel Flores, Catalina Torres, Francisca Molineros, Pedro Lana, José Naranjo, Antonio Viteri, José Cisneros, José Baca, Pablo Hoyos, “El Gobernador Cholota, Sanipatín y el carpintero, el herrero Castro Masón”, Manuel Días, Marino Gutiérrez, Josefa Arrela, “(+) Francisco Báscones, herrero” “+ Martín Quisimali”, Manuel Báscones, + Manuel Quisusina, + Úrsula Tinilla, Juana Núñez, + El finado Mosquera, + Agustina Mosquera, + Mariana Guevara, Antonio Martínez, Martín Quisimali, + Manuela Leona, “+ La huerta del padre Bravo, La del finado Mariano Castillo, La de Mariano Vega, La de Mariano Bayas, Del finado Herrero Mariano Tobar”, el ciudadano Mariano Ramos, “La Huerta de la canela”, Manuel Núñez, y La hija de Manuela León.
Dice el documento (+) El ciudadano Joaquín Quirola (no dio) (debe), y se debería a que los herederos no pagaron, por la señal indicativa de una cruz. El total de la recaudación llega a 22 pesos y dos reales. Aparecen como firmantes de la disposición José Suárez y Tomás Sevilla.
Si se mira desde el enfoque sociológico la lista ofrece una discriminación entre “ciudadanos” (48) y otra clase de gente a la que se la registra sencillamente poniendo directamente su nombre. Desde luego que por el entorno contextual en el que escribo, puedo decir que los “ciudadanos” aparecen vinculados a la llamada aristocracia lugareña; y los sin denominación serían los avecindados mestizos del pueblo llano. Punto a parte son los indígenas dirigentes o mandones vinculados a la vida urbana. Lo que en cambio sí llama la atención es justamente que no aparezcan indígenas en mayor número en esta lista. Esto querría decir que no tenían derecho al uso del agua y que se los había desterrado del enclave urbano de la villa.
Si la estructura del asentamiento matriz, muy martirizado por la naturaleza y sus administradores municipales, fue de carácter poético y romántico, entre alfalfares, huertos de cítricos, viñedos, claudias, peras, membrillos y duraznos; además de los jardines con variedades de rosas de castilla, rosas de repollo, gladiolos, alhelíes y varsobias; quiere decir que las acequias bordearían muchas calles, y habrían sido toda una red que alimentaba el verdor de la falta del río, hoy espantosamente encementada. No hay ningún esfuerzo municipal para remembranza de este pasado, que bien pudo ser recuperado en los predios derruidos de la llamada “Industrial Algodonera” donde empezó el atentado al paisaje. (O)