A propósito del día trabajador / Edison Narváez Z.

Columnistas, Opinión

 

Este primero de Mayo el mundo conmemora el Día Internacional del Trabajador en homenaje a un grupo de sindicalistas de Chicago que fueron ejecutados allá por el año 1886, y que básicamente lograron la reducción de la jornada laboral a ocho horas.

Ciento treinta y dos años después de esta jornada reivindicativa de los derechos de los trabajadores, el concepto de empresa ha cambiado de una manera muy dinámica; estos cambios han sido de tal magnitud, que hoy en día muchas organizaciones se esfuerzan por mejorar el nivel de vida de sus trabajadores.

En pleno siglo 21 cabe la pregunta ¿Puede el trabajador ser feliz en su trabajo?
Evidentemente, el buen funcionamiento de cualquier organización depende en gran medida de la actitud de sus trabajadores hacia su trabajo. Ciertamente todas las empresas buscan el beneficio económico y la productividad de sus trabajadores, pero ¿Qué buscan los trabajadores?… Quizá satisfacción con el trabajo mismo, ciertamente casi todos desean sentirse a gusto con las funciones que desempeñan.

En general, la felicidad en el trabajo como en la vida es cuestión de expectativas. Según la pirámide de Maslow, las necesidades están jerarquizadas y escalonadas, sólo cuando quedan cubiertas las básicas se empiezan a sentir las del nivel superior. Aplicado al trabajo, la base de la pirámide se identifica con el mero hecho de tener trabajo e ingreso para cubrir los gastos, cuando se logran esos menesteres básicos entran en juego las necesidades motivacionales, y estas a menudo son insaciables.

Hay quienes buscan sueldo y seguridad; y no se complican más la vida; las satisfacciones las buscan fuera del trabajo. Por tanto, un reto para las organizaciones es precisamente integrar a individuos con diferentes niveles de expectativas, ya que no es verdad pensar que todos los trabajadores tienen el mismo nivel de compromiso. La empresa tiene que aprender a estimular a quienes tienen más metas y objetivos y a respetar a quienes no los enfoca hacia el trabajo porque estos trabajadores (quienes no tienen metas en el trabajo) aseguran que “siempre y cuando cumplan con la tarea encomendada, eso no los hace un mal empleado”.

Si bien se reconoce que es muy habitual que una de las primeras cuestiones que se sopesen tenga que ver con la retribución económica: ¿Me pagan lo suficiente? A partir de ahí entran en juego otras preocupaciones que para muchos empiezan simplemente por sentirse aceptado, a gusto con el clima laboral y con la relación con sus compañeros y superiores. Otros en cambio se plantean cuestiones profesionales: ¿El trabajo que hago en esta empresa aumenta mi valor en el mercado laboral? Hay quienes obedecen a consideraciones de tipo más personal: ¿Soporto el estrés al que me somete esta empresa, soporto a mi jefe?, ¿Trabajando en esta empresa puedo tener el estilo de vida que quiero?
Ante todo esto, lo más importante creo que es el hecho de considerar que el trabajador tenga “autoestima laboral”, lo cual implica aceptarse y comprenderse; es decir estar es sintonía con uno mismo y con sus valores, no ver al trabajo como sacrificio, sino como una oportunidad.

Es decir, la organización alcanza parámetros de excelencia cuando el personal inconscientemente Quiere trabajar, Quiere servir, Quiere hacer las cosas. En esencia, la Productividad es una actitud mental hacia el trabajo, es la diferencia entre el que quiere ser productivo y el que no quiere serlo, por eso las empresas son productivas cuando las personas cambian de actitud.

Dicho esto, es menester que nuestros directivos y gerentes consideren que la fuente de productividad son los trabajadores; si estos son tratados con dignidad y respeto, seguramente estarán comprometidos y deseosos de servir y colaborar.

¡Que Viva El Trabajador! El productivo no aquel que muerde la mano de quien le da de comer. (O)

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