Realidad paralela / Fabricio Dávila Espinoza
El ministro de salud, Juan Carlos Zevallos, en la ciudad alemana de Berlín, apenas iniciado el mes de septiembre, apareció públicamente para referirse a la emergencia sanitaria en el Ecuador. De acuerdo a su visión de las cosas: después de un alto pico de contagios y de muertes en abril 2020, especialmente en Guayaquil, se tomaron medidas para “controlar la situación” y “hemos sido -y esto lo digo muy orgullosamente- el país que mejor ha manejado la pandemia en la región”.
El funcionario público, sostuvo que los casos fueron identificados a tiempo, que se realizó un cerco epidemiológico, que se localizaron los contactos que una persona infectada pudo haber tenido y que las derivaciones a los hospitales se hicieron de manera rápida. Esto, según su razonamiento, fue suficiente para posicionarnos orgullosamente como el mejor país de la región de cara a la pandemia.
Desestimar esta declaración casi no requiere esfuerzo, bastaría recordar que el manejo inicial desastroso de la crisis se llevó por delante a la exministra de Salud.
El elogio internacional que nos hacía falta llega de forma paralela, cuando en la ciudad de Guayaquil hay decenas de ciudadanos esperando que alguien les explique el destino final de sus familiares fallecidos entre marzo y abril; cuando el Servicio de Ciencias Forenses asegura que aún restan cerca de 70 cadáveres sin identificar; cuando los contagios en la mayoría de ciudades asciende sin control; cuando la cifra oficial de defunciones, entre confirmados y sospechosos de Covid, no cuadra con el índice de muertes excesivas en comparación a los registros de años anteriores; cuando se multiplica por miles cada día el número de nuevos desempleados; cuando la empresa privada no recibe del gobierno más que improvisados impuestos y cuando ya no son suficientes los dedos de las dos manos para contar a los procesados y prófugos de la justicia a causa de la corrupción en los hospitales.
En estas condiciones, sentir orgullo es propio de una persona que tiene un concepto exagerado de sí mismo y se convierte en soberbia el momento que violenta los límites de la verdad. La etiqueta presentada fuera del país no es la que conocemos el resto de ecuatorianos. Nos gustaría sentir el mismo orgullo, pero el ministro vive en una realidad paralela, que no es la nuestra. (O)