Reflexiones / Jaime Guevara Sánchez
Desconozco si hay un día vacante del año que no esté dedicado a recordar alguna fecha histórica, personajes ilustres, acontecimientos negros como la guerra, blancos como la paz y los descubrimientos científicos. Si estoy seguro que en el área de la familia, no hay un día destinado a homenajear a la tía, a la prima, a la cuñada o a un ser muy especial, la suegra. El Día del Árbol lamentablemente no ha creado conciencia en los gobiernos, mucho menos en las compañías taladoras de bosques. En fin, los días están comprometidos con casi todo lo humano y mundano.
Hace algunos años, la ciudad de Drammen, Noruega, decidió establecer el Día del Silencio, un día del año, día sábado. Por ser parte del fin de semana las actividades son reducidas y las que funcionan las hacen en silencio. Los drammenses apagan la televisión, la radio, los artefactos que hacen ruido. No quieren saber de artículos novedosos, del ultimo modelo de automóvil, de la política y sus candidatos, las sectas vendedoras de la salvación; y un etcétera kilométrico. Los drammenses resumen su actitud en una frase: “Déjennos vivir en paz un día del año.”
El punto culminante del Día del Silencio ocurre a las cuatro de la tarde. Todo se paraliza durante quince minutos… en silencio total. Cada persona inclina la cabeza y medita sobre su vida personal, familiar, situaciones de trabajo, del estado del país; y “qué hacer” para resolver los problemas. No es tiempo perdido, es producción de soluciones inteligentes, es inteligencia creativa.
El hombre moderno es como un perro al que estuvieran educando simultáneamente varias personas, cada una de ellas son convicciones arraigadas y completamente distintas sobre el arte de educar a un perro. Se le premia, se le reprende, se le fastidia, se le inspira y se le trata de convencer con palabras: compre este jabón, ese cereal para el desayuno, esta faja, estas píldoras, esa casa, emplasto X para los callos, duerma en nuestros colchones. Ahorre. Pague. Rómpase la crisma.
Y, piedad, Gran Jefe, con las campañas electorales. Los salvadores llueven por todo lado, los hay de todos los tamaños y colores. El mercado de ofertas no tiene fin. Al cabo de un año, el blanco de todas las predicas y evangelizaciones es una masa arrepentida. Una masa de complejos, esperanzas, temores y desesperanzas.
Qué bien nos vendría a crear en Ecuador el Día del Silencio y la Reflexión. Por quince minutos cerrar los ojos y meditar: ¿Por qué estamos en situación tan difícil?. ¿Por qué no funciona la justicia?. ¿Por qué elegimos imberbes?. ¿Por qué se admira la riqueza de los ladrones de cuello blanco?. ¿Por qué no ponemos el grito en el cielo sobre la salud, educación, sobre la pobreza?. ¿Por qué no considerar a los latisueldos como artículos suntuarios, consumos especiales, y gravarlos con impuestos?. ¿Cómo involucrarnos todos en hacer país?. Arrimar el hombro para evitar que esta barca zozobre.
Cuánto bien nos habría meditar, reflexionar, pensar y… hacer!