Silogismo Afgano / Guillermo Tapia N.
Un helicóptero que facilita la huída de un Presidente y cuatro carros con dinero, es el corolario de un episodio suscrito desde la caída de las torres gemelas al desmoronamiento de un intento democrático fallido, impuesto y no asimilado.
Está visto que lo más global de la globalización es sin duda la corrupción.
Se agrupa comunalmente, hecha raíces en donde puede, supera fronteras, visiones y misiones. Se la encuentra por igual en democracias orientales, occidentales y liberales.
Sus formas evidentes se expresan en acciones corrientes y reiteradas de usos, abusos y apropiaciones indebidas y, en otras imaginativas e innovadoras maneras, buscando no dejar rastro, cómplices o testaferros (particular que no siempre ocurre), de ahí que cada vez y con mayor frecuencia se llegue a saber de aquellas.
Los populismos a flor de piel son los mejores escenarios, por no decir, caldo de cultivo para que el terrorismo, sus variantes, respaldos y sostenibilidad económica se consolide, reditúe y busque el modo de extender tentáculos e implicaciones.
A todo esto, hay que sumar el fracaso colectivo de intervenciones internacionales para eliminar focos violentos y procurar cambios «democráticos» que concluyen por abandonar, después de largos años de luchas intestinas, esas tareas militares, dejando atrás -como ha ocurrido en otros territorios y ahora en Kabul- el testimonio de un santuario de radicalismo y la promesa proscrita de días mejores para los habitantes que confiaron en esa apuesta.
Aprender de los errores del pasado no es suficiente.
Para que esos cambios y objetivos primarios del intervencionismo mundial tengan frutos, hay que trabajar en origen, con la gente de cada territorio, en función de que se asuma como propia la tarea y no la pasividad de ser beneficiarios del accionar foráneo, sin que se creen condiciones culturales y económicas para que la población vea que no se les come el cuento.
Solo así se podrá evitar que “talibanes” “fundamentalistas” y grupos parecidos tengan un espacio propio para su crecimiento y afianzamiento.
La influencia e intereses de países que son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, tiene paralizadas a las Naciones Unidas y a la Corte Internacional de Justicia, frente a las condiciones caóticas de la salida apurada en Afganistan y la desesperación de un pueblo que no sabe cuál será su destino.
Especialmente sus mujeres, que se quitaron el burka, el velo, que se pusieron a estudiar, que empezaron a trabajar fuera de casa, sin su «mahram» o tutor masculino. Ellas no pueden ni deben ser abandonadas a propia suerte. Se necesita de políticas diferentes para refugiados y acoger a los que desesperados huyen de posibles sanciones resultantes.
Su futuro dependerá de inversiones en educación, salud y políticas de igualdad; y de la movilización de países de todas las latitudes, que coadyuven a superar los estereotipos. (O)