Sin luz en sus ojos
Con ese título el escritor ambateño, Nicolás Merizalde, rinde tributo a Juan Benigno Vela, en un libro bien concebido, con el que viaja por la historia ecuatoriana de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, con Montalvo, Mera y Cevallos, mentores del ciego Vela, así como con personajes de la política que entristecieron y alegraron su vida pública, entre ellos, García Moreno, Caamaño, Flores, Cordero, Alfaro y Plaza.
En 1920, a la edad de 77 años, falleció Vela, después de haber sido concejal, inspector escolar, gobernador y senador vitalicio, pero, sobre todo, abogado litigante, periodista de fuste desde el Combate y El Pelayo y redactor de las constituciones liberales de 1896 y 1906, especialmente de esta última, junto con otro tungurahuense, Celiano Monge. Optó por vivir con modestia y angustias económicas para asegurarse la independencia de su pensamiento. Sólo aceptó que Alfaro financiara la imprenta de su periódico.
A los 33 años ya estaba afectado por la ceguera progresiva. Le leían los libros y dictaba sus escritos. En el gobierno de Caamaño se dictó la ley que prohibía a los ciegos y sordos el ejercicio de la abogacía, por lo que, durante el tiempo de vigencia de esa norma, sólo pudo ejercer de periodista. Fue una retaliación. Además de ciego también tenía complicaciones para caminar. Como consecuencia de la caída de un caballo, una pierna se le lesionó por siempre, por lo que tuvo que usar bastón. El gobierno venezolano le obsequió uno, con empuñadura de oro, como reconocimiento a su defensa de la embajada en Quito ante el asalto perpetrado por las huestes liberales de Alfaro para sacar al vicepresidente del caído presidente Cordero, doctor Salazar, que se había refugiado en la legación.
Apoyó a Alfaro y a su revolución, detonada por la venta de la bandera en el gobierno de Cordero, escándalo en el que apareció el ex presidente Caamaño como comisionista. Sin embargo, no le entregó un cheque en blanco al caudillo y, por ello, pudo criticar sus excesos y abusos. En la era liberal fue encumbrado a la posición de senador vitalicio, desde donde iluminó el debate nacional. Fue testigo de la hoguera bárbara de 1912 y promovió a Plaza como una alternativa liberal más civilizada y pacífica. En sus últimos años abandonó el radicalismo y optó por el reformismo. No era ateo. Posiblemente agnóstico, aunque, sin profesar religión alguna, se inclinaba ante el Creador.
Varias veces tuvo la condición de preso político. Inclusive, se exilió en Colombia. Vio morir a algunos de sus once hijos defendiendo la causa liberal. Lo que le descompuso fueron los decesos de su esposa, a los quince años de matrimonio, y de su hija, la que le cuidaba en su vejez. Vivió en Ambato y se retiró a una finca en Miraflores. Con Juan León Mera se distanció cuando éste le reclamó por su excesivo anticlericalismo. Con Montalvo tuvo una relación cercana. Fue su secretario. Deploró que a la muerte del Cervantes de América no le hayan rendido el reconocimiento que merecía tanto el gobierno ecuatoriano como la élite ambateña. Sus restos tuvieron