Sobre ruinas

Columnistas, Opinión

Solo era una voz de polvo que se expandía sobre las ruinas que dejó el terremoto. Y las voces de un aire quebrado repetían que, en un par de sacudidas, no solo se habían derrumbado los dioses con sus altares; que se habían caído las cúpulas de las casas divinas, sino que se había quebrado impotente la antigua fe que encubría la prédica de sus palabras: 

 Los terremotos llegan a mi tierra, casi puntuales. Llegan a nacer, montados en caballos, en una placenta de rocas y de piedras. Llegan trotando debajo de las cordilleras con esa urgencia de los  dolores profundos con los que gime la madre naturaleza en sus siniestros partos.

Otros me han dicho que son los escarabajos gigantes que salen al mundo rompiendo las certezas que resquebrajan los suelos del olvido. Llegan para estremecer el alma quieta de la gente que acomoda a sus dioses para vivir placenteramente  sus consignas. 

 Y esa voz quebrada y remordida en la ventisca, era una voz que buscaba su propia cabeza decapitada, su garganta desarticulada de las respiraciones de la vida. Esa misma voz es la que repetía:

 En esta tierra los terremotos no solo llegan a sacudir las cangahuas  de que han estado hechas las paredes de las casas, sino para renovar los cangahuales deleznables que los conformistas tienen acomodados en su cabeza. Llegan a despertarles del sueño contagioso de la rutina que lucha con los dioses que se retuercen en sus tumbas. 

Los terremotos son los sacudimientos de los saurios en las edificaciones hechas por la técnica de la  memoria deleznable. Llegan para desbaratar las consistencias y para generar las nuevas, que resultan ser inconsistencias, las que se han convertido en graderíos para sostener nuestras efímeras vidas, de tragedia en tragedia.

 Y la voz quebrada en los escombros, se puso a gritar preguntas al vacío:

 ¿Los terremotos se evitan con oraciones?, ¿con súplicas?, ¿con plegarias?, ¿con sacrificios,  con cantos ancestrales, con sangre, con danzas, con rogativas, con flores, con purificaciones, con misas, con letanías, con novenarios?,  ¿con suplicios del alma acongojada? Me han contestado que los rezos de compromiso son los himnos que no entiende la naturaleza.

¿Será que con los terremotos se acaba la injusticia? ¿Será que los terremotos despiertan la rebeldía? ¿serán mensajes de esa anulación de los linderos? El terremoto es la voz de protesta de los dioses invisibles que dicen: ¡ya basta de maltratos! ¡ya basta de inequidades! Es la voz del dios de la utopía.

 Oigo antiguas voces que me avisan que acá la tierra tiembla “para limpiar la tierra de tiranos”. El terremoto viene con esa furia subterránea donde se ha retorcido la indignación por quien la pisa y no la quiere, por quien se beneficia y no comparte, por quien se enriquece y se llena de soberbia, y no se duele de quien “chala” (recoger lo sobrante en una siembra) en el redrojo de su propia siembra.

Los terremotos llegan a mi tierra para despertar la solidaridad, la humildad y la paciencia. Pero sobre todo para entender que se puede renacer con alma nueva desde la ceniza. (O)

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