Sobreviviendo

Columnistas, Opinión

Aristóteles tenía muy claro la concepción de que todo sistema político busca perpetuarse como uno de sus principales objetivos. Los gobernantes desean mantener a toda costa la situación como está, pues así suponen que estarán a salvo y que podrán alcanzar las metas prefijadas en sus «programas».

Entre los métodos de perpetuación de los diferentes estados, Aristóteles señala uno típico de los sistemas dictatoriales: «cortar las espigas que sobresalen».

La idea no es original de Aristóteles. Simplemente la presenta como un consejo de Periandro (tirano de Corinto), de Trasíbulo (tirano de Mitilene): hay que «cortar las espigas que sobresalen», o en versión más clara: «debe suprimirse, siempre, a los ciudadanos que sobresalen».

Parece que la reflexión ha seguido viva a lo largo de la historia en ambientes no solo políticos. Si uno ambiciona el poder absoluto, si desea realizar sus proyectos sediciosos o reaccionarios -si estos términos mantienen su vigencia hoy-, buscará abatir a los opositores; sobre todo si tienen prestigio, si brillan por su claridad de mente y su integridad moral.

No sólo eso. El amante de la tiranía eliminará a quienes podrían ensombrecerle de algún modo. Por eso siente recelo de cualquier marchante que empiece a dar señales de inteligencia, de honradez, de liderazgo, aunque todavía no haya manifestado ninguna oposición hacia el dictador de turno.

Leer textos de un mundo como el griego, separado de nosotros por siglos y siglos de distancia, permiten descubrir cómo el ser humano conserva mecanismos de maldad que se repiten a lo largo de la historia. Aunque también nos revela cómo, gracias a las excepciones, ha habido y habrá hombres y mujeres como la imaginaria Antígona, como el misterioso Sócrates, y como tantos opositores de las tiranías de todos los tiempos, que supieron y saben arriesgar su propio bienestar para denunciar despotismos.

Qué sería del mundo, que sería de los pueblos que luchan por sobrevivir, si no fuese por las máximas sabias de mentes extraordinarias que desde su aparición en la tierra dejaron pautas que debieran conducir a la obstrucción de la ambición desenfrenada, de la avaricia, de la corrupción, y su reemplazo por un camino más humanista, más justo. Por ventaja, en medio de la barahúnda política en la que se desenvuelve el mundo político de hoy, existen mentes excepcionales que pregonan -como antaño- frenar la crueldad de la codicia modernista. (O)

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