Soltar

Hace algunas semanas en este mismo espacio revisamos lo que es el “yoísmo”, esa condición mental que nos separa de las personas, del mundo y de Dios identificándonos permanentemente con la dualidad: yo – tú; mío – tuyo; nuestro – suyo; esto – eso; etc.
Decíamos que el yoísmo (el ego), metaforizado como el genio de los deseos, es el dador insaciable de felicidad efímera, esa que se esfuma cual ilusión pasajera y por la que, sin embargo, sentimos un idolatrado “apego”.
¿Qué hacer para salir de esos apegos? Soltar. Pero, ¿qué es soltar? ¿cómo suelto? ¿qué suelto? Soltar es un término usado en sicología -y también en el libro Un curso de milagros- que significa “dejar ir”: dejar ir esas creencias, prejuicios y percepciones (todas ellas inventos o ilusiones de mi mente) como, por ejemplo, el pensar que nuestra felicidad depende de algo o de alguien; el mantener la ira o el resentimiento reprimidos por mucho tiempo; el querer controlar los resultados de las situaciones; o cuando creemos que nuestra paz depende de algún suceso futuro.
Dejamos ir (soltamos) cada vez que reconocemos el apego, luego, a ese apego le practicamos el perdón ya sea hacia otros y/o hacia mí y finalmente aprendemos a vivir intensamente el presente (dejando de lado el pasado y el futuro). Así se suelta.
Si no se aprende a soltar, seguiremos atrapados en el infierno que representan los apegos; ni más ni menos a como le ocurrió a uno de los monjes de la siguiente historia: Dos monjes zen debían cruzar un río. En la orilla se encontraron con una mujer joven y muy hermosa que también quería cruzarlo, pero tenía mucho miedo. Así que uno de ellos la subió sobre sus hombros y la llevó hasta la otra orilla.
El otro monje estaba furioso. No dijo nada, pero hervía por dentro. Eso estaba prohibido: un monje budista no debía tocar una mujer y este monje no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.
Luego de aquello, los dos monjes recorrieron un largo trecho en silencio y cuando llegaron al monasterio el monje que estaba enojado se volvió hacia el otro y le dijo: -Tendré que decírselo al maestro, voy a informarle que hiciste algo prohibido.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -le dijo el otro.
-¿Te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros, contestó el enojado.
El otro monje se rio y dijo: -Sí, yo la llevé. Pero la dejé en el río, muchos kilómetros atrás. Tú todavía la estás cargando…
Si le das la oportunidad a la ira, el enojo, el resentimiento, la envidia o los celos estos se apoderarán de ti y se instalarán en tu corazón. Suelta todos esos apegos, déjalos ir, no importa qué tan grande haya sido la ofensa. Si no eres capaz de perdonar y soltar, la amargura vivirá en ti y serás infeliz. (O)