Sombrereras: el oficio perdido / Esteban Torres Cobo
Desde hace algunos años tengo y uso sombreros ecuatorianos de ala media en paja toquilla y fieltro. Los compro en un solo lugar que, para mi sorpresa, vende y exporta casi toda su producción, como producto terminado o en “campanas” llanas, término que describe el paño sin forma para que cada fabricante le moldee a su gusto. En cifras millonarias. Verdaderamente sorprendente.
También tengo un bowler hat, o bombín negro, que es un redondo sombrero clásico inglés popularizado por Churchill que me gustaría poder usar más tiempo del que las circunstancias modernas lo permiten. Lamentablemente, las sociedades reemplazaron la elegancia del sombrero hace décadas y su renacer es reciente. Arturo Pérez Reverte siempre se queja de cómo es juzgado en la calle por usar un sombrero y una chaqueta, como si lo normal fuera usar gorra sudada y pantalones de deporte con zapatos de fútbol. ¡Vaya, qué lo he visto hasta en el propio salón plenario de la Asamblea Nacional!
En fin, lo que importa es contarles que para mi pequeña pero suficiente colección de sombreros busqué durante más de un año algo que a muchos ni siquiera les sonará: una sombrerera. Una caja para guardar y transportar sombreros. Hecha para sombreros y no una caja redonda de esas que venden en las papelerías para colorear. Lo busqué en las tiendas de sombreros y más que reliquias de decoración y exhibición y ni las vendían ni sabían dónde las podía conseguir. Luego vi en el internet: espantos de plástico que parecían bacinillas o antigüedades descartables para el uso diario. Algo encontré en el Corte Inglés por un impagable precio de 500 euros y en una que otra tienda de sombreros en España, pero como artículos sin brillo ni conocimiento del arte.
Desesperanzado, mi último recurso fue buscar en una plataforma de ventas por internet a un artesano que pudiera seguir pautas y elaborar el producto. Y lo encontré, pero mi hallazgo fue incluso mejor. Me contactó un ecuatoriano especialista en sombrereras que había aprendido de su difunto padre el arte de las sombrereras quien, a su vez, lo había aprendido de su padre. Quizás cuando una sombrerera era tan necesaria como hoy una carcasa para el celular. Tiempos remotos, elegantes y pintorescos. Mucho más estéticos y menos chabacanos que los de ahora. El artesano ejecutó a la perfección mi requerimiento, lo superó y me sorprendió. Hoy le hago homenaje en este artículo por ser el portador, y al menos el único que yo encontré, de una tradición perdida. (O)