Somos nosotros

Columnistas, Opinión

Un espejismo multicolor de esperanzas y propuestas fluye por entre la paja del páramo y la extensa llanura subtropical, hasta perderse en la espesura de la selva, o fundirse en lel murmullo de las aguas cadenciosas y reiteradas que, rompen acompasadas y se desvanecen sobre la tersa y blanca arena de la playa.

¡Así es nuestro Ecuador!  Un incesante vaivén. Un ir y venir de aciertos y dificultades. Un constante cavilar para volver sobre sus pasos. Un grito que el eco propaga y difumina en el ambiente. Una lágrima que baña un mundo y, simultáneamente, riega un desierto para sembrar un hito y cosechar un sueño.

Clasificar las letras para apurar un mensaje, emerge como una acción necesaria para comunicarse con los demás, para integrar un diálogo sin caer en la monotonía de lo absurdo y menos en la pretensión de lo infinito. Apenas, si por el tiempo indispensable para contribuir con el intercambio de la mirada que busca un espejo para reflejar el alma.

Identificar un sendero en el eje vertical de la luz, desvanece la sombra y apropia el paso. En esa instancia, la lengua será incapaz de articular ninguna palabra que, no fuere aquella ajustada al momento y al lugar en el que las estrellas brillan solas y los sonidos enmudecen al contacto con el frío de la noche.

Y nos perennizamos en las células que constituyen otro cuerpo y habitan en otro tiempo. Y nos proyectamos en las fotografías robadas al horizonte, en el aroma húmedo de la neblina, en la textura absurda de un libro de lectura digital y en el recuerdo guardado bajo una almohada -como para evitar que se escape- y se vuelva, de la nada, pensamiento libre.

Entonces constatamos que, apenas si somos polvo de estrellas, y que brillamos con luz propia, y que nos desplazamos a placer por entre otros astros, meteoritos y cometas que surcan el cielo y dividen la noche. Y evidenciamos que -hacerlo- nos gusta, porque nos genera alegría y nos transporta en tiempo y espacio sin siquiera mover los pies del suelo.

Somos seres cósmicos, resultantes del amor y la ternura. Del metabolismo amorfo de las intenciones y de la fusión permanente de las percepciones.

Por ello, reconocemos el tropiezo, pero por igual, volvemos a caer sin percatarnos de la advertencia primaria ya asumida. Y todos los días aprendemos algo nuevo. Y permanentemente olvidamos -ese algo- para recuperarlo luego.

Somos, a la sazón: rueda de molino, aspas al viento y forja de acero; tan frágiles como el vidrio y tan nobles como el roble que guarda el mosto hasta transformarlo en vino. Siendo así, nos saboreamos enteros y nos reconocemos en el aroma dulzón del licor artesanal que nos convoca y nos expone: somos nosotros.

Transitamos en el fervor de la insistencia y nos mudamos con el batir volátil de las alas de una mariposa. Sin proponérnoslo, transportamos la esencia vital que nos conmueve para acercarnos al ideal que nos refiere. Incansables vamos y venimos, y sin hablar nos entendemos: solo somos nosotros.

Inmutables pinturas rupestres condensadas en una pupila. Nacidas y actuales. (O)

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