Tercera guerra mundial / Mario Fernando Barona
He escuchado que esta pandemia la comparan con la tercera guerra mundial. Y sí, puede en principio sonar exagerado, pero fíjese usted que le ha golpeado tanto a la humanidad (y lo sigue haciendo) que los efectos directos y colaterales bien pueden asociarse con los de una guerra de tales proporciones.
No hay enfrentamiento bélico, es cierto, pero en esta guerra no hacen falta fusiles, bombas, tanques o misiles para matar y sembrar el caos. No hay países enfrentados, pero hay acusaciones subrepticias entre occidente y la China señalando a este último como el creador del virus con oscuros intereses geopolíticos previamente planificados.
En las dos guerras mundiales, hubo países que no intervinieron directamente en ellas, aunque pudieron tener alguna secuela posterior; en esta, la tercera guerra mundial, no hay país en el mundo o rincón del planeta que escape a los efectos directos y/o consecuencias marginales del enemigo, un virus que ha destrozado la economía de las naciones, la paz social y hasta la institucionalidad política de los países; desde el punto de vista de involucramiento de estados-nación, cobertura geográfica e inclusión de población civil, no cabe duda que esta guerra que estamos librando, es la primera verdaderamente mundial.
No se movilizan tropas al campo de batalla, pero en esta guerra miles de soldados vestidos de blanco o con uniformes de las fuerzas del orden arriesgan a diario su vida por salvar la de los contagiados. No se cavan trincheras, pero se cavan fosas para los muertos. No se escuchan amenazantes aviones que vuelan a ras lanzando bombas en ciudades y metrópolis, pero nos obligan a alejarnos del peligro refugiándonos en nuestras casas. En esta guerra, el alto mando militar no diseña estrategias de ataque y defensa, pero sí lo hacen a diario las autoridades civiles, muchas de ellas en primera línea. Normalmente se batalla cara a cara contra un enemigo plenamente identificado, hoy el enemigo es invisible.
Porque sí, la humanidad, tal vez sin darse cuenta, está viviendo la tercera guerra mundial. Y como si estuviéramos en una, nos sentimos impotentes, desprotegidos, amenazados y atemorizados; jamás nos imaginamos vivir algo parecido; a diario constatamos gente muriendo por miles afuera y en sus casas; vemos la economía mundial desplomada; no hay esperanza que termine en el corto plazo; oramos con más frecuencia, fervor y fe.
Pero lo más importante, igual, como en medio de una guerra, afloran también los sentimientos más nobles y puros del ser humano, salen a relucir espontáneamente expresiones de solidaridad y amor al prójimo, nos sentimos más humanos y nos volvemos más humanos, valoramos más a la familia y a la vida misma.
Además, cuando esta guerra termine (no sabemos cuándo ni cómo) seguro estaremos dispuestos nuevamente a levantarnos erguidos y a construir un mejor futuro desde las cenizas.