Tiempo de arrepentimiento y penitencia

Columnistas, Opinión

Una vez que han terminado las fiestas de carnaval, llega el tiempo de cuaresma que es muy indispensable el encuentro con Dios, en este tiempo nos unimos al misterio de Jesús en el desierto. Los cuarenta días de oración de Moisés en el Sinaí, los cuarenta años de los Israelitas por el desierto mientras buscaban afianzarse definitivamente en la tierra prometida; ni menos con los cuarenta días de ayuno, soledad y silencio de Jesús, luego de su bautismo y antes de comenzar el cumplimiento de su misión.

Jesús no se fue al desierto, para no comer ni para no hablar, ni comió ni hablo porque halló en su misterioso Padre y se olvidó  de todo, por lo cual pudo contestar cuando el hambre lo aguijoneo y el tentador lo provocó. Jesús vivió la cuaresma con una inmensa reflexión antes de comenzar a introducirse en su actualidad llena de incredulidad, y perversidad. Al inicio del cristianismo, la ceniza se imponía especialmente a los pecadores públicos. “En esta época a los políticos que bien les iría ponerse la santa ceniza por duplicado”, para que  hagan bien lo que tengan que hacer, sin mentir y reciban el perdón, y  la reconciliación de los electores. En la cuaresma es indispensable el encuentro con Dios, para ello existen diversas formas de penitencia.

La oración, es esencial para la vida cristiana, escuchar las palabras y la meditación que  nos ayuda a profundizar el sabernos ser amados por él, de ahí, nuestro querer cambiar arrepintiéndonos de nuestros pecados a través del sacramento de la confesión e ir al encuentro con la eucaristía, recogernos en esta intimidad cada uno de nosotros con el Padre celestial.

El ayuno, que nos recuerda a la comida, abarca normalmente todas las dimensiones de la vida, el ayuno también hace referencia a soltar todo aquello que en nuestra vida de alguna manera nos tiene atados y permitir abrir nuestro corazón al amor que nos da. Ayunar incluye abstenerse de ciertas cosas palabras gestos, mentiras, En esta renuncia nos ejercitamos a dominar nuestras propias pasiones y nuestra tendencia a la carne, incluso humana (…) tocada por el pecado.

La limosna, que es un acto de amor hacia los demás, sea en sentido material o temporal, es una obra de misericordia hacia los más necesitados, un compartir con los demás que nos mueve a la renuncia y al sacrificio de uno mismo, sabiendo que todo nos viene de Dios, que todo se nos da como un don y por ello en esa gratitud somos nosotros mismos donadores de ese gran don. (O)

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