Tiempo de viudas. / Miguel Guzmán
Existen varios rituales para atraer la prosperidad, el amor o la salud. Corren la manzana con una maleta, comen doce uvas a la medianoche del 31 de diciembre, usan calzoncillo de color amarillo o rojo, cambios de género e intercambio de sexo, tantas y cuantas alegorías de una neurosis histérica presente y permanente en estas fechas, que llegan hacer representativo históricamente trascendental. Lo que representa la identidad, no dividida o fraccionada de un país, sino mas bien propia a través de creencias y costumbres.
En Ecuador, el año viejo se personifica en un monigote o muñeco que, al ser quemado, se lleva lo malo del año que termina y con la purificación de las llamas, nos brinda esperanza. Parafraseando a Sigmund Freud en la “pulsión y el objeto”, se intenta descargar una pulsión, algo así como, sacar a flote instintos que de conforma consciente no se logra. He ahí las famosas viudas y sus alegóricas trasformaciones y trasmutaciones de un impulso reprimido, en un día de purga por así decirlo, donde el poder y el control se encuentra limitado y se puede sacar a flote lo que en realidad desean.
La quema del monigote representa “exorcizar” sus miedos y dificultades, personales, familiares, sociales y políticas. Veremos imágenes de presidentes, expresidentes, candidatos que a punta pie serán mutilados y quemados. Este símbolo no es más que la necesidad del ser humano en liberarse, sacar a flote su inconformidad.
Estas prácticas se reactivan debido a la incertidumbre por lo efímero e incierto de la vida.
A pesar de que estos rituales no tengan asidero lógico, son nuestras creencias y cultura, las que nos llevan a realizar estos rituales de paso al año nuevo, con la ilusión de que un tiempo mejor vendrá y que nuestras aspiraciones se harán realidad.