Todo a cambio de nada / Guillermo Tapia
Con esa suerte de abandonos a posibles candidaturas y los forzamientos jurídicos para unas primarias que privilegian las cercanías -cuando no- los amarres y las componendas por efecto de los plazos, el país aguarda absorto, inmerso en unas horas de desasosiego, las noticias que finalmente digan cuál será su destino electoral y políticamente hablando.
Ojalá que las pretensiones y las ambiciones “desmedidas” no se sobrepongan a los intereses nacionales y a la necesidad de sacar adelante a una sociedad que merece mejor suerte. Cosa difícil esta, visto el descalabro y la trifulca armada desde el primer desembarco de un candidato que -a todas luces- atraía más simpatías que antipatías y captaba, por decir lo menos, seguidores de todas las fuentes aún sin ser nominado como tal.
El ejemplo de la ausencia motivada de última hora, parece tener éxito en un territorio carente de verdaderos partidos políticos y limitados liderazgos, porque las tiendas terminan arreando bandera y vendiéndose al mejor postor, con tal de acceder a una u otra canonjía, anticipadamente imaginada, solicitada o requerida, a cambio de insinuar direccionalidad a sus huestes y reafirmar el compromiso estructural del apoyo.
Para quienes hemos sido testigos -tiempo atrás- de los desequilibrios internos de varias agrupaciones políticas, los movimientos electoreros son, en efecto, solo eso: movilizaciones volátiles captando votos y entregando ofertas, junto a una que otra funda de perecibles o de novedades. Menguada la estructura de los partidos para favorecer al populismo y al oportunismo, el hecho político subyace en lo etéreo y la pertenencia indeclinable del momento, gira tantas veces puede en busca de un mejor oferente, como si la partida de naipes fuera en realidad lo importante.
De otra parte, la causalidad tiene -como bien podemos imaginar- hechos generadores que finalmente se camuflan en la más burda de las mentiras, cuando no, en los caprichos y en las necedades humanas. Pero también en las vanidades. Poco importa el sufrimiento de los demás y menos, mucho menos, los destinos de un país al que se dice defender.
Toma fuerza la frase atribuida a Luis XV en los últimos años de su vida, cuando el descontento popular presagiaba un fuerte estallido social y terribles acontecimientos. Expresión que en realidad no es sino una condensación del egoísmo político y quiere significar que no importa lo que ocurra con un país cuando determinado personaje ya no esté en el lugar de dirección.
Nos restan unas horas de cabildeos y razonamientos. Si la cordura vuelve por los andariveles que la mayoría espera con ansias y, el baratillo de exigencias y ofertas de los que se sienten indispensables, a cambio de “supuestamente nada” permite un ajuste de las posibilidades, bien puede ser que tengamos una sorpresa en algún sentido el domingo de primarias.
Mientras tanto, esperar.
¡Pobre país!