UN FRENO A LA ASAMBLEA / Mario Fernando Barona
Hace unos diez mil años, cuando dejamos de ser nómadas, el hombre sintió la necesidad de vivir en comunidad y congregarse en torno a ideas, objetivos, intereses, pareceres, creencias, etnias y mil aspectos más. A partir de allí nacen toda clase de agrupaciones que hasta el día de hoy conocemos como cuerpos colegiados, consejos, asambleas, hermandades, asociaciones, sindicatos, fraternidades, clubes, congresos, juntas, corporaciones, etc.
Nos gusta vivir en conglomerados, desde los más pequeños como la familia, hasta los más grandes y complejos como el de millones de personas cobijadas bajo una misma bandera, siempre unidos compartiendo un fin común y con la égida en todos los casos de una jerarquía bien estructurada, lo que conlleva a que sus miembros se vean afectados directamente por las decisiones que toman las autoridades ya sea para bien o para mal.
Y no porque una colectividad sea más grande o más visible que otras es infalible. Hay innumerables casos de respetables y renombrados gremios que se han “equivocado” del medio a la mitad; fíjese, por ejemplo, en uno de los varios yerros monumentales de la Real Academia Sueca de Ciencias que en 1922 le otorgó el Premio Nobel de Física a Albert Einstein sólo por una pequeña parte de su obra, la que establecía la relación entre energía y frecuencia de oscilación de la luz, pero se le negó de un modo explícito el más alto reconocimiento científico por la entonces ya famosísima Teoría de la relatividad. Aseveraciones tales como que viajando a altas velocidades envejecemos más lentamente, que la luz puede curvar el espacio y que el futuro y el pasado dependen de los ojos del observador les parecieron demasiado fantasiosas para merecer una medalla a la mayoría de los miembros del jurado sueco. Consideraron que la Teoría de la relatividad era tan perturbadora que llegaron incluso a prohibir a Einstein que mencionara esos conceptos en el discurso de agradecimiento.
La conclusión es obvia. Si instituciones como la mismísima Academia sueca, con toda su prestancia, distinción e indiscutible prestigio mundial tuvo (y sigue teniendo) prejuicios, qué podemos esperar los ecuatorianos de nuestra fachosa Asamblea Nacional (AN) en donde la mayoría de sus integrantes raya en un escandaloso e innegable analfabetismo académico y moral, se guían por la improvisación y el oportunismo y hacen alarde de una insondable corrupción al defender abiertamente al delito y al delincuente.
No podemos vivir como ermitaños, cierto es, pero hacerlo en comunidad también implica poner límites a algunas de estas jerarquías. Al votar SÍ en la próxima consulta popular para reducir el número de asambleístas, de alguna forma lo estaremos haciendo.