Un planeta vivo llamado tierra / Ing. Patricio Chambers M.
Este 22 de abril hemos celebrado en el mundo entero, el Día de la Tierra y quizás en éste, más que cualquier otro momento, sea necesario detenernos a pensar en aquella gran casa que nos cobija a todos.
Partamos por observar detenidamente nuestro propio entorno natural y si ponemos atención por ejemplo al vuelo de las aves, al crecimiento de las plantas o al movimiento de las nubes, nos encontraremos con una evidencia: la naturaleza mantiene un orden, incluso en aquello que a primera vista se nos muestra caótico.
Además, veremos que todo está lleno de vida y que evidentemente no es algo frío, ni mecánico sino muy vital y esa vida está presente por doquier.
Es interesante también darse cuenta, que la forma en que las cosas están dispuestas no responde a categorías humanas, sino más bien a una suerte de armonía natural, donde todo está íntimamente relacionado.
Resulta que la vida que observamos se desarrolla en la “biósfera” del planeta, una capa de +/- 20 km. que va desde las profundidades oceánicas, hasta las elevaciones terrestres y gran parte de la atmósfera.
Si el diámetro del planeta es de 12’756.274 Km, nuestra existencia se desarrolla en un segmento que corresponde apenas al 0,00015% de su diámetro y por tanto, vivimos en la capa más superficial de la corteza terrestre. Somos pequeñísimos habitantes de este planeta, casi microscópicos frente a las dimensiones planetarias, algo así como sus microbios.
La Tierra es nuestra gran casa, en la que se desarrolla nuestra existencia completa con sus alegrías y tristezas, con sus éxitos y fracasos.
El globo terráqueo tiene una forma esférica casi perfecta y constituye su cuerpo físico en el cual el 71% es agua y 29% masa continental. Sus ríos y corrientes son como venas o arterias que llevan los nutrientes hacia todo el cuerpo.
Su energía mueve internamente sus estructuras continentales, sus masas de agua o de aire. Se desplaza alrededor del sol y también rota sobre su eje, siendo éstos parte de los cinco movimientos que lo caracterizan.
Como nos consta, muchas veces pasa por períodos de calma, así como por otros de auténtica conmoción. Al igual que los seres humanos, ninguno de estos cambios sucede al azar, sino que tienen una causa y un sentido.
Sus movimientos continuamente buscan reencontrarse con aquella armonía natural, un equilibrio dinámico e inteligente y no caótico, evidenciando una inteligencia propia del planeta, encargada de dirigirlo todo.
Esa inteligencia le permite autorregularse, adaptándose a las circunstancias cambiantes mediante sus propios mecanismos internos, manteniendo un equilibrio permanente incluso dentro de márgenes muy reducidos como la temperatura atmosférica, la composición química del aire o el nivel de los océanos.
Quienes lo habitamos, compartimos su aire, su tierra y también su cielo. Somos para el planeta, como los pequeños microbios que viven en el organismo humano. Estamos ante un ser vivo que posee un cuerpo físico, una vida y una inteligencia superior. (O)