Un salto
Hay una fotografía excepcional de la Guerra Fría posterior a la Segunda Guerra Mundial donde una mujer que corría despavorida huyendo de la tiranía comunista de la Alemania Oriental logra casi de milagro dar un salto sobre la línea fronteriza lanzándose -así, tal cual- al sueño Occidental. La foto capta el momento de ella en el piso (seguramente resbaló después del salto) y detrás a solo dos metros y sobre la línea misma a los soldados del Régimen comunista frustrados por no haber podido darle caza, mirándolos a la cara también se ve a los soldados de la Alemania capitalista como resguardando la integridad de la mujer y la soberanía de su país.
Ese solo salto le salvó la vida, de hecho, le regaló una nueva. ¿Quién iba a imaginarse que un pequeño brinco cambiaría la vida entera de una persona? Es más, muchas la perdieron intentando hacer lo mismo, pero esta vez la suerte y la agilidad física le tomaron de la mano impulsándola a un mejor futuro.
Esa es la vida: saltos que demandan coraje y arrestos. Saltos en toda la literalidad de la palabra que nos llevan unos pasos más adelante, que nos colocan en otras realidades y que nos permiten escapar y transformarnos.
El problema está en que muchas veces nos paralizamos del miedo por el riesgo que conlleva la acrobacia y por los angustiosos momentos previos en que, si decidimos hacerlo, seríamos perseguidos por los demonios de la duda.
Este símil se hace evidente en el día a día personal, familiar y comunitario. Si queremos, por ejemplo, huir del vicio, superar algún rencor familiar o heredar a nuestros hijos un país menos convulsionado y más humano, en cualquier caso, es preciso tener el valor de dejar atrás a los endemoniados soldados del ego y dar un salto al siguiente nivel. No siempre caeremos de pie, pero seguro habremos avanzado.
Para terminar, como suelo hacer, traigo a colación el elemento político en el Ecuador, haciendo notar, en este caso, que los primeros en quejarse de la difícil situación nacional suelen ser los que apoyan en las urnas a los narco-políticos que nos legaron la penosa realidad que ahora vivimos. Por eso deberían ser ellos los primeros en cruzar de un salto la línea de la decencia dejando atrás la falta de amor propio y la ligereza de criterio para encaramarse en el lado de la dignidad.
En todo este tiempo y con las inocultables evidencias de podredumbre en la política ecuatoriana, a algunos fanáticos correístas no les quedó más remedio que darle la espalda a la delincuencia y saltar; sin embargo, el país aún espera que el resto de borregos termine convenciéndose que saltar la línea es la única alternativa a la libertad y el progreso. (O)