Verdades incómodas / Esteban Torres Cobo
La polémica es una constante en los parlamentos del mundo y, por supuesto, en la Asamblea Nacional del Ecuador. Quien conozca la historia política, especialmente de nuestro país, entenderá que el Legislativo es el lugar donde se expresa la democracia más cruda. Donde las pasiones pueden llegar hasta a los golpes, como en el parlamento japonés (por poner un ejemplo suficiente para entender su dinámica). ¿Alguno pensaría en ver a un nipón a golpes? Por supuesto que no. Impensable. En el parlamento japonés, sin embargo, hay golpes por desacuerdos políticos.
Más allá de escándalos de corrupción que tienen que derivar en la extripación de malos elementos, el descrédito de los parlamentos es algo cotidiano en democracias presidencialistas y no tanto en las parlamentarias donde el Primer Ministro es un diputado más como los otros.
Y vaya que los parlamentos no parecen mejorar su calidad sino bajar cada vez, además de tener en cada periodo más escrutinio público y más crítica que antes. ¿Cómo hubiera juzgado la pequeña burbuja de twitter, por ejemplo, episodios que hoy son anédoctas de los congresos de antes, cuándo sacar un arma y disparar al insultador constituía un acto de valor reservado solo a caballeros sin temor a nada? Quizás ni twitter lo hubiera soportado y los algoritmos colapsarían indignados.
Pero lo que desconocen quienes subidos en esta ola de descrédito buscan que la Asamblea se disuelva o se acabe es que, si eso sucede, poco cambiaría, al menos en el corto plazo. En primer lugar, quizás las fuerzas en la Asamblea repetirían sus números. Es decir, el sueño húmedo de pensar que un sola fuerza alcance más de 70 votos no sucedería. Ni los correístas desaparecerían ni el gobierno tendría ni de cerca mayoría absoluta. En segundo lugar, tampoco mejoraría la calidad de los asambleístas en una nueva elección. ¿Qué entendemos por calidad, además? Hay parlamentarios muy honestos, sin duda, que nunca hablan o participan en los debates y viceversa. Y algunos que con maestría incluída, no participan y se sumergen en actos de corrupción. ¿Qué es calidad, entonces? ¿Y cómo la alteración de un proceso democrático puede decidir la calidad de un legislador por sobre la voluntad de un elector?
Una disolución implica nuevas elecciones presidenciales posteriormente. Todo a cero. ¿Conveniente para el Ecuador?